dijous, 26 d’abril del 2018
EL PAPEL DE LOS PERIÓDICOS
Mucho se ha escrito acerca del papel del llamado cuarto poder, pero siempre se ha hecho desde el punto de vista de las ideas. Nací en el seno de una familia pobre, en un barrio suburbial de una ciudad industrial barcelonesa. Los libros, salvo los de texto de la escuela, no existían en las casas de la vecindad; los diarios, tampoco, aunque llegaron antes estos que aquéllos. Los primeros ejemplares de prensa que pude tocar eran en realidad trozos más o menos cuadrados de las páginas del "Dicen", "El Mundo Deportivo" y el "AS". Estaban pinchados en los ganchos de los lavabos de los bares, adonde los chiquillos entrábamos de urgencias en medio de la disputa de algún partido de fútbol o de alguna riña infantil. Recuerdo que resultaba tan aliviador encontrar algunos de esos trozos de hojas como desgarrador el efecto que su empleo producía. Eso sí, el periodismo no llegó a calarnos de ningún modo, por más que nos tatuara las nalgas. Con los años, pude comprobar cómo las manchetas de "La Vanguardia", "El Brusi", "TeleXprés", "ABC", "Ya" y otros que no menciono para evitar los accesos que empiezo a padecer con la simple enunciación de las cabeceras, envolvían los aceitosos bocadillos que los trabajadores portaban diariamente al tajo. Por supuesto, tampoco hacía mayor efecto el periodismo tutelado en ellas contenido. El papel de los periódicos en la periferia de las ciudades industriales sólo salió de los retretes cuando los rollos del mal llamado papel higiénico de la marca "Elefante" vinieron a sustituirlo y a responsabilizarse de las escoceduras y abrasiones del lumpen. El otro papel, el ideológico, no logró mezclarse con el aceite omnipresente en la vida de las gentes sin instrucción quienes tenían suficiente con la televisión franquista para satisfacer sus ansias de conocimiento y libertad sin parangón. La actual era digital ha acabado con el cuarto poder casi al mismo tiempo que ha desaparecido su soporte en papel. La prensa ha muerto con prisa presa de una prosa difundida con la apariencia de la idea de la libérrima comunicación. Pero nunca ha habido tal albedrío, ni en verdad la mayoría de la ciudadanía ha sentido jamás la necesidad de poder expresar nada que no satisficiese sus propios anhelos. En España, el papel del periodismo en lo tocante a los derechos fundamentales y al reconocimiento constitucional de su vital auxilio social no ha pasado de ser un asunto de intimidades y, como mucho, intimidaciones. El higiénico que ahora gastamos es el papel más suave por el que un culo amadísimo como el propio puede suspirar. Adiós, de periódico papel; papel de periódico, adiós, adiós. Ay, ni a Dios le importa ya tu falta de papel. Siguiendo el espíritu de la Topolino Radio Orquesta, ¡qué felices seremos los dos, viviendo en la casita de papel... sin papel!
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