Revuelta y ciega anda la cristiandad con la amenaza del islamismo. Tanto es así, que ella misma no considera el daño que al resto del mundo inflige sin que le importe demasiado si infringe o no cualquier ley, código de conducta o derecho humano, y, por ende, fundamental, en perjuicio y detrimento de los sometidos a permanente sospecha. Podría decirse que ha vuelto a nuestra sociedad el bárbaro, ese individuo salvaje por desconocido, ignorante por hablar otra lengua, despiadado por devolver los golpes recibidos, inhumano por provenir de tierras no civilizadas, no humanizadas.
Clamaban unos nazarenos recientemente por la libertad de que gozan esa mujeres embutidas en velos, burkas y demás atuendos para lucirlos en nuestra presencia, como si de una ofensa a nuestro honor se tratase. En ningún momento buscaban el auxilio comparativo de un espejo para aplicarse el cuento de la libertad, de que ellos, por cierto, sí disfrutaban mientras demonizaban a otros. Y son precisamente estos "otros", ya no musulmanes ni de cualesquiera otras confesiones, sino orientales, sudamericanos de piel oscura, europeos del este o rumanos -porque todos son rumanos y ladrones, por supuesto- quienes introducen el mal en nuestras vecindades, talmente como las enfermedades que, erradicadas aquí, se encargan de propagar en el terruño patrio. Pero no contentos con semejantes imputaciones insidiosas e injuriosas, extienden ahora sus preocupaciones a los turistas: cuando no les parece que son muchos, es que son maleducados, inciviles, o simplemente desconocidos. Decía uno de estos benditos penitentes que su calle se estaba llenando de gente que no conocía... Legamos al busilis de la cuestión: ¿rechazan estos hombres el turismo no reglado o simplemente el turismo; es decir, la presencia del bárbaro que vacaciona sin pedir permiso ni acomodar sus costumbres a las de los autóctonos y que entra y sale a deshoras y bebe y canta, como ellos en Semana Santa o en la Feria de Abril o en el Rocío o en Las Cruces de Mayo o en las Fallas o en en las Caramelles o en las tamborradas o en las fiestas populares de sus pueblos o en... ¿Qué? Corramos un tupido velo, bajemos el telón sobre el escenario, escondámonos en nuestras razones, encontremos al culpable, al objeto de nuestras terribles preocupaciones. Pero no olvidemos lavarnos la sangre de las manos mientras lo hacemos. ¿Hablamos de xenofobia?
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