dissabte, 5 d’agost del 2017

CAPILLAS

Abrazo la apostasía ante el actual panorama de ardientes capillas -las más sólo capillas ardientes- donde se mascan y muelen la soberbia y el seguidismo literarios so capa de un amiguismo inexistente o de endeblez a prueba de primerizas crisis. Aparentes hombres de letras, en funciones de lisonjeros a sí mismos demeritados, que celebran el último estornudo del bienquisto -ya se verá por cuánto tiempo- que el propio a la sazón ensalza, se echan al barro de la adulación infundada sin vergüenza y cargados de espurias razones que a sostenellas alcanzarán en el aire, pero ni a enmendallas arribarán si al papel el río de mentiras a parar fuera. Lean sus obras, compren incluso sus libros -bueno, los amigos se sirven libremente-, piensen sus ideas; almuercen y cenen con ellos -algunos hasta desayunen, más o menos ligeros de aliño indumentario, según se tercie- y a escote paguen después, cuando toquen las campanas a rebato y se vea venir el toro ciego del reparto de prebendas y canonjías. Acreer, acreer, acreer mientras se crea. Yo, sin embargo, me apeo de motu proprio de cualquier creencia y me alejo de acreedores de santuario cibernético. Ya lo decían Fernando Fernán Gómez y José Antonio Labordeta, "¡a la...!"

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