dijous, 19 de juliol del 2018
DE CANES (II)
Indalecio María se ha revelado un apóstata de forma inopinada. Cuando le dábamos albricias y alguna gritábamos a pleno pulmón, hoy nos sale rana croadora y atruena la calle con cantos estentóreos e ininteligibles. A falta de sensibilidad canina, hasta el balcón me he llevado un rostro con congelada crispación dispuesto a pesar de todo si no al acuerdo, pues éste exige de una voluntad de claudicación de que aún no dispongo, a la tregua. El efecto es inmediato: quedan los ladridos diferidos hasta septiembre. Cuando salgo de mi asombro (apenas un par de segundos más tarde), pienso en que hasta entonces las deposiciones y micciones van a ser inevitables. El calor aprieta y levanta los malos olores, que ya es mucho levantar si tenemos en cuenta que los brazos de muchos descerebrados andan en esos trabajos desde que el muerto estaba muy vivo y mandaba matar a los que, vivos, hedían a muerto por un "no me vengas con pamplinas" sin el sello de la censura.
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