Ladra José Herminio, el perro de mi vecino transparente, con acento futbolístico y paradójico esplín de humano perdedor. En vano le grito desde mi balcón que no se aflija ni se dé por las buenas a las invectivas contra los que en el pasado dudaron de sus admirados azules, gallos por más señas. Incluso le muestro los textos de adhesión a su querencia de los fatuos que tiran de historia reescrita, como por ejemplo unos isleños, sin aires caribeños, por supuesto, ya que gustan del afrancesamiento más por delicadeza gestual soñada que por correlación deudora del extremo oriental del Mediterráneo, donde los menos son más fuertes que los desahuciados, que son la mayoría, y que, aunque ellos dan, en verdad reciben de los primeros sopas con hondas.
Es, pues, José Herminio un ladrador casi mulato por fuera, pero blanquísimo por dentro. Completa los mojitos con unas buenas dosis de "pastis" para que nadie se llame a engaño ni lo lancen del corazón de la "patrie" que orla la entrada de su casa, a escasos metros de la mía, un erial en lo que a fundos patrios respecta. José Herminio es un perro "comme il faut". No le comentaré que los de la "grandeur" andan identificando croatas por ahí como si fueran nazis de por aquí y la colaboracionista de por allá, porque eso es una jugada para un animal tan noble como él. Solo le pediré que ladre un poco más bajito, y si es posible, con dedicatoria para los amantes de la "folie de la coupe du monde".
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