dimecres, 13 de juny del 2018
EL HOMBRE CABAL
Mi vecino es un hombre cabal: cada día acompaña a sus hijos al colegio, le lleva el cesto de la compra a su mujer y saca a pasear a Jacinto, su bulldog francés. Es mi vecino el soporte imprescindible de su casa. Sin su presencia constante, el hogar dejaría de serlo, se hundiría al instante. Mi vecino es un hombre cabal: todos los segundos que viven los suyos han sido previamente testados por él. Es mi vecino un hombre sacrificado que arrostra el peso de las vidas de su mujer, sus hijos y Jacinto, su bulldog francés. A veces, cuando me cruzo con mi vecino y con Jacinto (¿o con su mujer o alguno de sus hijos, pues no los distingo cuando van a su lado?), tentado estoy de felicitarle o de darle ánimos por el denuedo diario. Sin embargo, no lo hago. Me da un no sé qué molestarle. Él, por el contrario, me mira como queriendo abducirme, pero no por mero fisgoneo, no, sino quizá para aliviarme de la pesada carga de mis pensamientos y onerosos secretos. Resuelve, entonces, con un: "¿estáis todos bien en casa, vecino? Para lo que quieras y a la hora que sea, ya sabes dónde estoy. Lo digo porque ayer mismo oí unos gritos que me alarmaron y a pique estuve de echar la puerta abajo porque la cosa duraba". Como se ve, mi vecino es un hombre cabal. Jacinto, que tiene la deferencia de no ladrar más allá de lo que mi vecino le permite, jadea de forma ruidosa y angustiosa. Por ello, ayer mismo, venciendo mi reticencia a molestarle, me interesé por el estado de salud de Jacinto, en la creencia de que la respiración anhelosa de éste era más bien un agónico indicio de su próximo final. "Quia, vecino, estos bichos son así. Quien está para pocos meneos es el de la tienda de embutidos, con esa barriga que no le cabe en el coche nuevo que se ha comprado con lo que nos sisa en cada venta". Me hago de nuevas, e insisto, ahora ya un poco amedrentado por su perspicacia, en mi preocupación por Jacinto. "Que no, hombre, que no, que el día que se ponga chungo de verdad, una patada, y a otra cosa, mariposa. En mi casa está prohibido enfermar, o hacerlo de forma que la que más sufra sea la estética. ¡A los feos no los quiere nadie, vecino! Miré al bello Jacinto y después a mi vecino, el hombre cabal. No supe decir nada más. Ni adiós dije, por lo que mi vecino, que es un hombre cabal, me espetó entre un par de ladridos discretos de Jacinto, su bulldog francés: ¡Adiós, hombre, adiós, que no cobro por saludar!"
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