dissabte, 30 de juny del 2018
LA IDEOLOGÍA SIN IDEOLOGÍA
La primera definición del capitalismo que recuerdo se la escuché a un profesor del instituto tras la muerte del dictador Franco. Era un hombre barbado que gritaba cuando daba las lecciones, pero no para hacerse escuchar ni entender, sino seguramente para creerse lo que decía. Lo de menos era el tema: hablaba del marxismo con la misma aparente determinación que de su antítesis, el capitalismo. Mis aburridos compañeros de clase y yo escuchábamos como quien asiste a un espectáculo teatral, pero más cercano al guiñol que al representado por hombres. A veces, incluso le mirábamos, pues gesticulaba histriónicamente. A él poco le importaba que no le interrumpiéramos con el pretexto de una duda o cualquier otra razón. Los alumnos de cursos superiores se sabían de memoria los inicios de sus definiciones. Y la del capitalismo empezaba así: "el capitalismo es una ideología sin ideología..." La frase pasaba de largo por la atención de los educandos, o eso he creído durante muchos años, los que han pasado hasta que he constatado que, efectivamente, el capitalismo no es nada más -¡y nada menos!- que un sistema económico, sino algo más profundo y venenoso: es una adicción afín a lo que ya explicaba Marx con poco éxito: el egoísmo absoluto de los hombres cuya proyección etiquetaba como espíritu burgués. El lenguaje, que es el primer ariete con que cuenta el ejército capitalista, muestra claramente su estado de salud con cada tergiversación o desviación del significado de las palabras. Hoy en día, se ha puesto de moda -nos han puesto de moda, claro- equiparar el asentimiento o la conformidad con el comprar. Así, es frecuente oír decir que "te compro esa idea" o "eso que dices no te lo compro" o "te compro tus sueños". En efecto, de eso se trata en el capitalismo, de comprar y de vender. Es la ideología sin ideología de la que nos hablaba a gritos el profesor barbudo a finales de los años setenta.
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