De entre el montón de novelas de temática histórica que atestan las librerías, sólo unas pocas merecen ser destacadas. Acaba de publicarse en España "El orden del día", del francés Éric Vuillard, una obra que a mi juicio quedará en la mente de los lectores por mucho tiempo. En pocas páginas, Vuillard nos pone al corriente de los entresijos de la política nacionalsocialista alemana a comienzos de los años treinta del pasado siglo. En concreto, el libro premiado con el Goncourt 2017 gira en torno a la reunión de veinticuatro grandes empresarios germanos con el canciller Adolf Hitler, por mediación del presidente del Reichstag, Hermann Göring. Vuillard nos conduce carne adentro de los actores principales de la escena para que veamos de primera mano cómo la individualidad se relaciona con la comunidad, cómo el capricho lo hace con la necesidad, cómo el miedo de un hombre solo lleva al espanto de la mayoría. La historia no se repite, parece querer decirnos el autor de "El orden del día". Y no lo hace porque los hombres no cambian, siempre son los mismos, aunque sus rostros, sus nombres, sus edades y sus etiquetas sean diferentes. La historia es la única historia. He aquí una muestra de lo dicho:
"Pero para comprender mejor lo que representa la reunión del 20 de febrero, para captar hasta qué punto es eterna su esencia, en lo sucesivo deberemos llamar a esos hombres por su nombre. No son ya Günther Quandt, Wilhelm von Opel, Gustav Krupp [...]; deben pronunciarse otros nombres. [...] Porque él, Günther, no es más que un montoncito de carne y huesos, como ustedes y como yo, y porque, después de él, sus hijos y los hijos de sus hijos se sentarán en el trono. Pero el trono, por su parte, permanece cuando el montoncito de carne y de huesos se corrompe bajo tierra. Y así, los veinticuatro no se llaman ni Schnitzler, ni Witzleben, ni Schmitt, ni Finck, ni Rosterg, ni Heubel, como nos mueve a creer el registro civil. Se llaman BASF, Bayer, Agfa, Opel, IG Farben, Siemens, Allianz, Telefunken. Con esos nombres sí los conocemos. Es más, los conocemos muy bien. Están ahí, entre nosotros. Son nuestros coches, nuestras lavadoras, nuestros artículos de limpieza, nuestras radios despertadores, el seguro de nuestra casa, la pila de nuestro reloj. Están ahí, en todas partes, bajo la forma de cosas. Nuestra vida cotidiana es la suya. Cuidan de nosotros, nos visten, nos iluminan, nos transportan por las carreteras del mundo, nos arrullan. Y los veinticuatro sujetos presentes en el palacio del presidente del Reichstag, ese 20 de febrero, no son sino sus mandatarios, el clero de la gran industria; son los sacerdotes de Ptah. Y se mantienen allí impasibles, como veinticuatro calculadoras en las puertas del Infierno."
"Esa reunión del 20 de febrero de 1933, que cabría calificar de momento histórico en la historia patronal, de compromiso inaudito con los nazis, para los Krupp, los Opel o los Siemens no es más que un episodio bastante habitual en el mundo de los negocios, una trivial recaudación de fondos. Todos ellos sobrevicirán al régimen y financiarán en el futuro a numerosos partidos a tenor de sus beneficios."
"Esa reunión del 20 de febrero de 1933, que cabría calificar de momento histórico en la historia patronal, de compromiso inaudito con los nazis, para los Krupp, los Opel o los Siemens no es más que un episodio bastante habitual en el mundo de los negocios, una trivial recaudación de fondos. Todos ellos sobrevicirán al régimen y financiarán en el futuro a numerosos partidos a tenor de sus beneficios."
(Fragmentos de "El orden del día", de Éric Vuillard, premio Goncourt 2017, según traducción de Javier Albiñana para Tusquets, 2018.)
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