LOUIS SOUTTER
¿Para qué las manos? ¿Para qué la cabeza? Ni aquellas sostienen el pincel ni ésta el pensamiento. Pero el fuelle de la vida contrahecha y purulenta aún aviva dedos sin virtud, aún fuella ideas sin contraluz. Con los andrajos de un hombre, con sus vencidos restos, Soutter no pinta a Soutter, sino al mismísimo dios del arte rebelado y revelado. A la posteridad le sobran los pinceles y le falta el talento.
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