"A veces, mal vestido un bien nos viene;/ casi sin ropa, sin acento, como/ de una raza bastarda. Y cuando llega/ tras tantas horas deslucidas, pronto/ a dar su gracia, no sabemos nunca/ qué hacer ni cómo saludar ni cómo/ distinguir su hacendoso laboreo/ de nuestra poca maña. ¿Estamos sordos/ a su canción tan susurrada, pobre/ de notas? Quiero ver, pedirte ese oro/ que cae de tus bolsillos y me paga/ todo el vivir, bien que entras silencioso/ en la esperanza, en el recuerdo, por/ la puerta de servicio, y eres sólo/ el temblor de una hoja, el dar la mano/ con fe, la levadura de estos ojos/ a los que tú haces ver las cosas claras,/ lejanas de su muerte, sin el moho/ de su destino y su misterio. Pisa/ mi casa al fin, recórrela, que todo/ te esperaba. Yo quiero que tu huella/ pasajera, tu visitarme hermoso,/ no se me vayan más, como otras veces/ que te volví la cara en un otoño/ cárdeno, como el de hoy, y te dejaba/ morir en tus pañales luminosos."
(Con el poema "Un bien", de Claudio Rodríguez, termina la parte III de su libro "Alianza y condena", 1965.)
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