dimarts, 26 de juny del 2018

LA SALMODIA DEL INGLÉS (II)

Decía ayer que había conocido a un inglés en la noche de San Juan. Si entonces no, ahora pienso que es verdad que de noche todos los gatos son pardos, pero la duda es si también los ingleses. No, no, no. Conocer a un inglés de altos vuelos es una experiencia rara, por única, excepcional. Lo habitual es conocer a un inglés como si fuera un ciudadano de a pie de cualquier nacionalidad. No hay un Ricardo III en cada inglés que deba madrugar. La mayoría de los vecinos de una nación muere en la batalla diaria de la vida sin posibilidad de pedir un caballo con que huir de la muerte a cambio de un reino que no le pertenece. Mi inglés de altos vuelos es un hombre muy franco, mucho. Viviendo como lo ha hecho durante décadas en el aire, el inglés de altos vuelos me asegura que los catalanes independentistas son xenófobos. Cuando le pregunto si él se siente un guiri, afecta desconcierto o ignorancia -vamos, que se hace el sueco-, y a la sazón me pregunta, con cara de inglés de altos vuelos que ha viajado con su vaso varias veces hasta la mesa de los licores, "¿qué es un 'giri' (sic)?" Por supuesto, no le digo lo que es un guiri, aunque ganas tengo. Además, él no tiene una Cristina en su vida, sino una Isabel, pero no me apatece llamarle isabelino. Sólo le informo de que hace décadas que se llama así despectivamente a los extranjeros de los nortes del mundo (a los del sur, mejor hago gracia de mencionar con qué palabrotas se les moteja de forma natural y aceptada incluso como gracia). Quia. El inglés de altos vuelos resta importancia a lo que digo. "¿Pero sabe usted quién era Berlanga?", preguntamos casi al unísono mi amigo C., de plateados y maresmenses mares, y yo. Y seguimos: "¿conoce la película "Bienvenido, Mister Marshall"? Tampoco conoce el inglés de altos vuelos al gran director valenciano ni su obra, por descontado. Entonces, ¿qué conoce el inglés de altos vuelos? Si apenas toca tierra, si se relaciona con las aves, los ángeles, los ovnis y los sonados que vuelan y vuelan, a bordo o no de una aeronave, ¿qué conoce de lo que en el suelo pasa? Si en sus ratos libres vuela -ahora como viajero- hasta las islas del gobierno de la razón y otros gobiernos monetarios, ¿cómo distinguir entre un catalán bueno y otro malo; entre un nacionalista malo por catalán y otro bueno por español de toda la vida o inglés de Inglaterra o francés sobrevenido o ciudadano sin fronteras-pero-no-me-toque-mis-palacios? En fin, el inglés de altos vuelos tampoco recuerda que en algún momento "parece que ahí" (sic) no se podía hablar "un poco el catalán" (sic). Y nosotros: "no, es que aquí había una dictadura militar, ¿sabe?" Ah, pero el inglés de altos vuelos no sabe qué es una tormenta, pues vive por encima de las nubes, a salvo de las inclemencias meteorológicas. Sabe, el hombre, sí, que llueve en alguna parte, pero él que es un inglés de altos vuelos, sortea la inestabilidad del tiempo volando grácilmente a otro lugar más benevolente, como por ejemplo Sitges. ¡Y cuántas cosas sabe, el inglés de altos vuelos!: "que los catalanes odian a los extranjeros..." "Eh, por ahí no paso", pensamos nosotros, pero no se lo decimos... ¡somos tan malos...! Es la moderna patente de corso, esta que en la faltriquera lleva el inglés de altos vuelos. Antes de irse a dormir la mona, en su casa del cerro del pueblo (siempre en alto: el vuelo, el sueño, el brazo, uy, ay...), nos deja una sonrisa que acentúa su parecido con Mario Benedetti, como me revela C., el contructor de otros cielos y hogares, incluso para ingleses de altos vuelos. Pero al sonreír, el inglés parece un humano triste, un hispano desvalido asediado por el miedo a despertar en una isla: la ínsula de los que han de laborar para cosechar, tocar para entender, ver para volar a ras de suelo, a ras de mar, frente al horizonte que le separa del misterio de los demás.

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