dijous, 14 de juny del 2018
LA PRUEBA DEL SONETO
Sí engaña, y no poco, el soneto que escribe el poeta no avezado a rimar ni, en muchos casos, a metrificar. Muestra el vate de sonoridades sobrevenidas espuriamente el botón de un poema con arte de rima escrito a fuer de soneticos cansinos, sonsonetes salmodiados que por insistencia van a dar en el delta de un soneto casi canónico. Por naturaleza, sonetillo fuera, si sus hechuras y medidas no se parecieran más a las del soneto clásico. ¿Por qué la necesidad de soneto, si a continuación la burra vuelve al trigo, como la cabra al monte? ¿Por qué no acudir a los mil metros que en el mundo de la poesía han sido -han sido, repito- cuando el oído era la ciencia de que disponemos agora -agora, repito, para que malsone en los líricos de cartón piedra-? Gracia haré de mentar ejemplo alguno de los innumerables que trufan los libros que se empolvan en las estanterías de las bibliotecas e incluso en algunas de las nuestras. Sólo diré que con gusto leyera lo que el magín rimador ofreciera de forma natural a cualquiera que, sobre todo, quisiera extraer de las cosas, de su esencia, la poesía, sola, desnuda, mineral, sin engañadoras gangas. Para pruebas de poesía, la vida, el ojo abierto y el oído fuera, no dentro. Para sonar no es necesario sonetear, sino sintonizar con la música del espacio abierto al aire, a su albur. Al soneto, lo que es del soneto.
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