Corren tiempos larranianos, o de mucho cocinero y poca comida. Parece que en la disparidad encontramos el gusto de lo propio; o sea, diga usted lo que quiera, que yo entenderé lo que me dé la gana, y viceversa. Nótese que he dicho "en la disparidad" donde debiera figurar "disparate". Pero a tanto ha llegado el desnorte que la una y el otro se confunden, no porque la variedad en las opiniones sea mala, no, sino porque se disiente las más de las veces para ganar espacio y atrincherarse en el interés personal. Más o menos como siempre, en España. Dejo a continuación dos fragmentos de sendos artículos de Mariano José de Larra que bien pudieran escribirse y leerse mañana..., si es que gustan de volver a este venero o para entonces no se han sumado a la legión de leídos y escribidos que todo lo saben por ciencia infusa. A la pregunta que abre el título, el decimonónico periodista madrileño comienza respondiendo como sigue: "Sépase antes de qué Su Majestad hablamos. Si hemos de creer un decreto firmado en Villareal, a 3 del pasado, por el obispo de León, hay tres Majestades distintas para una sola Monarquía verdadera: Sus Majestades (que Dios guarde) la reina nuestra señora y la Reina Gobernadora; y Su Majestad (de que Dios nos guarde) el Rey desgobernador. Preguntar qué hacen acá Sus Majestades verdaderas fuera inútil; claro está: 'la felicidad de España'. [...] Ahora bien: sépase lo que hace S. M. (de que Dios nos guarde). '¡Hola! -me preguntarán mis lectores-, ¿hace algo S. M.?' ¿No ha de hacer? Hace castillos en el aire; hace tiempo, hace que hace, hace ganas de reinar, hace la digestión, hace antesala en Portugal, hace oídos de mercader, hace cólera, hace reír, hace fiasco, hace plantones, hace mal papel, hace ascos a las balas, hace gestos, hace oración, se hace cruces... ¿Hace o no hace? Es el hombre más activo: siempre está haciendo algo."
En el segundo de los artículos, Larra define el campo de agitación semántica, si se me permite la licencia, del siguiente tenor: "Hay verdades de verdades, y a imitación del 'diplomático' de Scribe, podríamos clasificarlas con mucha razón en dos: la verdad que no es verdad, y... Dejando a un lado las muchas de esa especie que en todos los ángulos del mundo pasan convencionalmente por lo que no son, vamos a la verdad verdadera, que es indudablemente la contenida en el epígrafe de este capítulo. Una cosa aborrezco, pero de ganas, a saber: esos hombres naturalmente turbulentos que se alimentan de oposición, a quienes ningún Gobierno les gusta, ni aun el que tenemos en el día; hombres que no dan tiempo al tiempo, para quienes no hay ministro bueno, sobre todo desde que se ha convenido con ellos en que Calomarde era el peor de todos; esos hombres que quieren que las guerras no duren, que se acaben pronto las facciones, que haya libertad de imprenta, que todos sean milicianos urbanos... Vaya usted a saber lo que quieren esos hombres. ¿No es un horror?"
En el segundo de los artículos, Larra define el campo de agitación semántica, si se me permite la licencia, del siguiente tenor: "Hay verdades de verdades, y a imitación del 'diplomático' de Scribe, podríamos clasificarlas con mucha razón en dos: la verdad que no es verdad, y... Dejando a un lado las muchas de esa especie que en todos los ángulos del mundo pasan convencionalmente por lo que no son, vamos a la verdad verdadera, que es indudablemente la contenida en el epígrafe de este capítulo. Una cosa aborrezco, pero de ganas, a saber: esos hombres naturalmente turbulentos que se alimentan de oposición, a quienes ningún Gobierno les gusta, ni aun el que tenemos en el día; hombres que no dan tiempo al tiempo, para quienes no hay ministro bueno, sobre todo desde que se ha convenido con ellos en que Calomarde era el peor de todos; esos hombres que quieren que las guerras no duren, que se acaben pronto las facciones, que haya libertad de imprenta, que todos sean milicianos urbanos... Vaya usted a saber lo que quieren esos hombres. ¿No es un horror?"
Él lo dijo, él lo dirá de nuevo. A la pata la llana y sin ambages, como ahora mismo.
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