dilluns, 20 d’agost del 2018

DIALOGAR COMO EN CASA

Mucho se habla hoy sobre dialogar, pero solo referido a la política. Sin embargo, la herramienta de la discusión, si alguna vez existió, ha desaparecido tiempo ha de los salones familiares, las aulas universitarias o los foros públicos, y ni que decir tiene de la calle, como instrumento para el entendimiento e incluso la querencia, siempre a través del conocimiento. Aquí o allá, con esta o aquella excusas, en vez de ajustar justamos ad infinitum, bizantinamente además, por cualquier insignificancia, pero también por lo que consideramos más enjundioso. Claro está que eso sucede desde el mismo momento en que hemos desatendido la curiosidad por saber y, en consecuencia, desde que nada nuevo llevamos a nuestra imaginación ni experimentamos con los materiales de la vida, sino que los arruinamos desaprovechándolos o ignorándolos. Nuestra relación con lo que nos rodea no puede ser unidireccional: no dominamos el entorno, aunque lo creamos los soberbios hombres. Pero mucho menos dominamos a nuestros semejantes, aunque les pongamos prisiones o los condenemos a la muerte, porque al final necesitamos del prójimo, de su aparente debilidad, de su simpleza. Si el encuentro del hombre con la naturaleza ha sido una sucesión de avances y retrocesos por ambas partes, ¿cómo no ha de serlo el diálogo entre iguales? Si la humanidad es el resultado de un acuerdo entre fuerzas desiguales, ¿por qué ha de ser una excepción la renovación diaria de ese espíritu? Para dialogar es necesario estar dispuestos a ceder: esta es la condición sine qua non. Quien quiera llevar a buen puerto un proyecto, poner en común una idea, hacer partícipes a los demás de un bien propio, ha de esperar que otros, los otros, a veces objeten, sugieran y hasta rechacen o sustituyan. Si sacrificamos la concordia al disparatado sentido común o a la loca razón, solo alimentaremos las asechanzas y las taimadas artes que cada sentido común y cada razón defecan en el campo de batalla en que hemos convertido la existencia. Dialogar, sí, es ceder. Como dar paso es facilitar el tránsito, o reordenar el turno en las colas de donde fuere es crear un concierto benéfico. Dialogar, sí, es ceder. Empecemos por practicar en casa, donde acostumbran a librarse las más sordas contiendas y a sufrirse las mayores traiciones, muchas veces ocultas tras subterfugios trasnochados y de un rancio romanticismo y casi siempre machista.

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