dimarts, 28 d’agost del 2018

EL FÚTBOL SIN FÚTBOL

En el país de mi infancia, los niños no practicábamos ningún deporte. Estábamos en la calle, corríamos, saltábamos, gritábamos, nos peleábamos entre comida y comida o desde la salida del colegio y hasta la hora de la cena o del sueño, si no había pausa para el alimento. De los mil juegos con sus correspondientes cancioncillas y puestas en escena, que nos venían de antiguo, quizá el más popular era el del fútbol, las imágenes de cuyas figuras coleccionábamos en cromos. Pero el fútbol, en verdad, y aunque no lo supiéramos entonces, era, más que el entretenimiento de los pobres de solemnidad que lo practicábamos, una actividad creativa que desarrollaba la imaginación y nos introducía en el lenguaje científico sin apercibirnos. La calle, que carecía de coches, o por la que a lo sumo pasaba uno semanal o quincenalmente como las diligencias en las películas del Oeste, ofrecía un escenario adecuado a las necesidades de los niños futbolistas. No necesitábamos más que querer ver para contar con porterías, líneas delimitadoraas del campo y el árbitro coral que a la sazón éramos los jugadores. No estábamos de acuerdo en nada, ni en lo accesorio, como sucede ahora en la vida. Sin embargo, acabábamos consesuando las certezas a sabiendas de que el porvenir del partido dependía de ello: si siempre ganaban los mismos, por ley o por la fuerza, la suerte del juego estaba echada. ¿Quién podía negar más de las tres cristianas veces que una pelota no había entrado cuando se veía con toda claridad que era un golazo por la escuadra? Porque, ¿qué era "alto" o "fuera" o "dentro"? ¿Qué era lo que era y lo que no era? Los partidos tenían muchos atractivos al iniciarse y menos al desarrollarse. Los más pequeños o débiles o poco avezados, incluso los desinteresados desde el principio, iban abandonando el terreno de juego, unos anunciándolo, otros simplemente desapareciendo sin que nadie lo advirtiera. El fútbol empezaba con el día y con él acababa, y en las pausas discurría la vida por los márgenes de la calle y por las casas. El fútbol estaba en el aire, era el aire, se respiraba en la calle, era invisible, habitual, ineludible, modificable, terrible, amable. El fútbol era el único pan compartible y multiplicable de la cristiandad lega. Después llegó el deporte, pero jamás hemos vuelto a saber del fútbol.

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