dijous, 30 d’agost del 2018

LA INTIMIDAD

Esta mañana he vomitado en soledad, sin amparo, mientras el cantautor del pasado revivido me traía los versos del poeta oriolano. "Sin calor de nadie y sin consuelo", pues, iba del ordenador a la taza del váter, o, si lo prefieren, de mis pensamientos al inodoro. Anoche cené poco, frugalmente; no recuerdo ninguno de los sueños que con toda seguridad, al decir de los expertos, habré tenido; me fui bien leído a la cama, donde una bella durmiente no me esperaba, pero se constituía en frontera con el reino de las almas en pena; dejé de oír los ladridos elegíacos de Indalecio María antes de lo habitual. Todo parecía converger en un descenso suave a la benigna muerte diaria, a la probatura con la boca-muerte chica que queremos impostura de bravucón en prácticas y que suena con falsete de lampiño arrepentido. Sin embargo, el alba me trajo una rebelión interna, un tormentoso despertar antes de tiempo. Tras las primeras acometidas de la insurgente caverna íntima, pensé en no respirar, no fuera caso que la causa del mal estuviera en el aire, en el ambiente ralo. Así lo hice, pero no más allá de unos segundos, en que juzgué que era peor el remedio que la enfermedad; de modo que volví el ser al ser y en cuanto me fue posible volver a pensar pensé. Resolví al cabo de las ramblas matutinas que algún orificio del cuerpo debía obturar, sin por ello descuidar el desembalse a que la súbita crecida me obligaba. ¿Será el fuero interno incompatible con el ruido de la calle?, me pregunté entonces. Probemos para saber, me respondí antes de taparme los oídos. Desde que no oigo nada, en secano vivo, y sin aflicción, pero demasiado cerca de mí mismo. Creo que volveré a la desarmonía ambiental, y que sea lo que dios quiera, que no será poco, y más ahora que ya no está en el cielo y es, aunque muy popular, un vulgar ciudadano más.

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