divendres, 31 d’agost del 2018
LA ESPADA DE MI VECINO
El vecino que se hace llamar Empédocles en realidad se apellida Damocles. No le gusta, sin embargo, que nadie se dirija a él con este nombre porque dice estar hasta la coronilla de la broma de la espada. "Odio las armas, ya sean de fuego o blancas", objeta, venga o no a colación. "Además, qué han de saber todos esos de la espada del tal Damocles", rubrica con enfado. Empédocles transfigurado, el reticente Damocles es un ciudadano dividido por dos amores: el que profesa a la ciencia, como llama a sus mediciones en la carpintería, y el que le arroba sin saber por qué cada vez que pide una copa del espiritoso tan delicioso que expenden en la bodega del barrio. El efecto balsámico de la bebida es inmediato, si bien la euforia subsiguiente se apodera de él sin solución de continuidad. Nando, el propietario de la vinatería, le da conversación para sacarle lo mejor de su pensamiento acerca de la espiritualidad y de la sensibilidad. "¿Está rico, eh?", le pregunta el comerciante cada tanto. Mientras le repone el espumoso, el señor Empédocles ya se deja llamar Damocles y flirtea con la punta de una espada que un envidioso tenía sobre la cabeza cuando... Pero el alcohol del cuarto de baño no pasa, de modo que cuando sale de darle curso por la taza del váter vuelve a ser Empédocles, o al menos más Empédocles que Damocles. Algunos parroquianos, a la vista del juego que da la dualidad del vecino, han pensado en comprarle una espada de verdad; pero no se crea que por pura munificencia, sino para utilizarlo en sus porfías y apuestas interesadas, como sucediera con aquel afamado pulpo "Paul".
Subscriure's a:
Comentaris del missatge (Atom)
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada